Hoy me he despertado con su sabor en los labios. Los pruebo y todavía puedo recordar el miedo y las ganas entrelazándose en una lucha eterna e impregnándolo todo.
Al abrir los ojos el cuerpo entero me dolía, a penas podía moverme. Era como si hubiera caído del cielo directamente a mi cama. Pero poco importaba el dolor. Yo sólo intentaba aferrarme a ese recuerdo que se desvanecía lentamente. Se difuminaba en la nada y, no obstante, sabía que había venido para quedarse. Había respirado su aroma, había llenado mis pulmones con él y cada respiración llevaba su nombre.
Mi sangre era distinta, también. Hasta la mínima célula sabe ahora que su razón de ser ha trascendido a algo mayor que la mera supervivencia. Es una convicción primitiva que me lleva a levantarme de la cama.
Al hacerlo, he dejado en la misma una vieja y lacerante vestimenta. He mudado la piel. De ella cada escama es un recuerdo que ya no cargaré conmigo.
Ahora, es tu momento para tatuarme con cicatrices un dibujo que no mudaré jamás.
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